Imagino a Nelson el día sábado 21 comentando con su familia, con sus amigos y con sus camaradas que iba a participar, nada más y nada menos, que en el programa dominical de su héroe, el líder del proceso revolucionario, el hombre que surgió de Yare para desafiar a la gran potencia del mundo.
Es muy probable que se haya acostado temprano para asegurar su presencia en la acostumbrada vitrina del verbo desenfrenado. Tal vez ensayó muchas veces frente al espejo las palabras que iba a decirle a su presidente ¡Qué honor! ¡Qué privilegio de pocos y deseo de muchos!
Y el ego a millón. "Muchos camaradas quieren y no pueden. Otros pueden pero no quieren. Total, el jefe es lo máximo del mundo", diría para sus adentros al mismo tiempo que ajustaba su reloj de gallinita y gesticulaba golpeando su mano izquierda abierta con su puño derecho cerrado. Como hace el jefe en sus apariciones públicas, pues.
Entonces llegó el tan ansiado momento. Su intervención en el Aló Presidente. Nelson debía seguir al pie de la letra el guión que le indicaron los productores del espacio, es decir, hablar bonito del proceso, ensalzar al teniente coronel, meter la cuñita para que siga mandando hasta el 21 y dele, hablar maravillas de su comunidad así se esté muriendo de hambre, caerle a palos a la oposición (entiéndase Manuel Rosales), decir que odia a los lacayos del imperio como dijo la fulana Libertad Velásco (¡Dios, qué grande le queda este nombre!), denigrar de los curitas, hablar bonito del Ché y de Marulanda Vélez. En fin, un combo de expresiones rimbombantes para que Aguila Uno se diera cuenta que todos los rojos rojitos están con él. Y hasta la muerte, por si acaso.
Ay Dios, pero hay que ver que el mundo da muchas vueltas. A Nelsito no se le pudo ocurrir otra cosa que advertirle a su héroe, con micrófono en mano y en plena cadena nacional de radio y televisión, que él estaba siendo víctima de las mentiras. También se quejó de las restricciones del espacio para expresarse con libertad en lo que, él consideraba, era un gobierno democrático. Para acabar de completar le dijo con firmeza la siguiente perlita mirándole fijamente a los ojos: "De verdad, usted no sabe que le están engañadamente mintiendo".
El presidente quedó como el bateador que, en 3 y 2, espera el próximo lanzamiento para sacarla del parque y de pronto ¡zuuaaaaz! le tira a una curva para poncharse. Quedó loco, eso no estaba en el guión. ¡Dios mío qué está pasando! El programa tuvo un giro inesperado, fuera de libreto. Ay papá, otro regaño más para los productores por no asegurarse que los intervinientes hablaran como a él le gusta que le hablen, bonito, que todo está bien en el país, que no hay miseria y que todo el mundo está de acuerdo con su perpetuo mandato y que espera ansioso que el país sea otro mar de la felicidad.
¿Observaron la cara del Presidente? Además de la mosca que espantaba con asco, su rostro era un poema. Totalmente descompuesto le respondió "ya vienes envenenado". Cuidado, le advirtió seriamente. Después lo acusó de tirarle piedra a su viceministro y de dudar de la honestidad de su programa. Seguramente pensó que Nelson era un infiltrado de la CIA, un sicario de Granier, un matón de Carlos Andrés Pérez o un paramilitar colombiano enviado por Pedro Carmona Estanga disfrazado de rojo rojito.
"A mí no me engaña nadie", dijo muy echón y con aires de presumida omniciencia.
Ay Nelson, qué día para ti vale. Te pusiste Moreno de la decepción. Con tanta ilusión que fuiste al programa. ¿Verdad? Creíste que tu líder iba a agradecer tu intervención o aplaudir tu valentía. No amigo, qué va. Así no. ¿Sabías que la procesión va por dentro? ¿O es que no te has dado cuenta que a tu jefe le molesta que le digan las verdades de frente o que disientan de él? Olvidaste que él anda como el cóndor herido por los baduelazos y müellazos recibido en los últimos días. El anda muy irascible, se cree Dios, como dice el cardenal hondureño. Ve atentados por todos lados. Ni ustedes, los rojos rojitos se salvan de sus hirientes humillaciones públicas y encadenadas. ¿Qué quedará para los demás?
Menos mal que lo hace por puro amor.
Imagen cortesía de TalCual digital