viernes, 26 de abril de 2024

El régimen intentó destruir LA MASONERÍA CUBANA desde fuera y no pudo y lleva décadas metiendo espías dentro

Recreación de una logia masónica en Salamanca según la imaginación del dictador Francisco Franco / Ministerio de Cultura de España.

Los asesinos más célebres de la masonería llevan el pintoresco nombre de Jubelás, Jubelós y Jubelum. En una fábula que mucho tiene de western, los tres persiguen a Hiram Abif, el legendario arquitecto del templo de Salomón, para lograr una suerte de ascenso en el cuerpo de constructores. Abif no se toma bien el apuro y se niega. Lo embisten por separado. Jubelás le encaja una plomada en la sien, Jubelós lo ataca con un nivel y Jubelum da el golpe de gracia con un mazo. Por la mañana, Salomón nombra detectives, da con el cadáver y juzga a los criminales. Con la representación de esa leyenda en la logia los masones cierran el ciclo simbólico que va del aprendiz al maestro, pasando por el compañero. El mito se convierte en rito. Con esos tres golpes –que no son los de Ignacio Cervantes al piano– la masonería dice todo lo que quiere decir sobre la traición y la discreción. Abif es terco en defensa propia: muere con las botas puestas antes que hablar de más, porque la supervivencia de su cofradía está en juego. Como toda fábula, la de los jubelones –así los llamaba con no poco relajo mi bisabuelo, masón de grado 33– tiene una moraleja: si la masonería se abre a los extraños, si entrega con facilidad sus secretos (no los simbólicos, que casi no existen, sino los administrativos), acabará por extinguirse o abaratarse.

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