Estigmatizada definitivamente por el uso malsano que algunos le dan, la amapola, flor generalmente roja, de unos cuatro pétalos, crece como monte y angalana los jardines y parques de la ciudad de Burgos, provincia de Castilla y León, España.
La florecilla, cuyo tallo no crece más de unos quince centímetros de alto y se abre como un paraguas con un diámetro no más grande que una moneda de 500 bolívares (un peso colombiano o 25 céntimos norteamericanos), crece en bancos que realmente pareciera que la sembraran, pero es silvestre aquí en Burgos.
Del botón de la amapola suelen extraer una resina (lechosa), de dónde, a través de procesos químicos, sacan la heroíma, pero como planta ornamental, la amapola le da brillo a los parques burgaleses.
La foto que adorna esta nota, no es precisamente de Burgos, sino de un jardín botánico en Japón, donde sembraron esta primavera más de cinco mil de estas plantas de flores amarillas y rojas, y donde los niños juegan ingenuamente.
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