Para explicarlo: cuando la fe es definida como una aceptación incondicional de "tradiciones", ya sea extraidas de la Biblia o de la doctrina o de ambos, entonces el objeto de la fe ya no es más Dios, sino las creencias y tradiciones en sí mismas. A otro algo en lugar de Dios le ha sido dado un estatus absoluto, que es lo que hace que sea idolatría.
Estas palabras corresponden a Marcus J. Borg, quien es profesor en la cátedra de Religión y Cultura en el Departamento de Filosofía de la Universidad Estatal de Oregon, Estados Unidos. Miembro del Seminario Jesús y ha servido en la presidencia nacional de la sección del Jesús Histórico de la Sociedad Bíblica de Literatura; es vicepresidente del Comité Internacional del Nuevo Testamento y fue presidente de la Asociación Anglicana de Eruditos Bíblicos.
Por supusto --dice Borg en una entrevista concedida al Washington Post--, hay diferentes tipos de cuestionamientos. Algunos son improductivos, triviales y estúpidos: "Si Dios es todopoderoso, ¿puede Dios hacer un círculo cuadrado?". Sólo ligeramente más seria es la expresión "Si Dios hizo todo, ¿quién hizo a Dios?". Algunas preguntas están basadas en el desconocimiento, que puede ser corregido. Y algunas veces, cuestionamientos perpetuos llegan a ser una barrera que justifica la indecisión acerca de lo eterno.Pero cuestionar también tiene una necesaria función religiosa: nos previene de pensar lo que puede considerarse ser una fórmula final de "las cosas son las formas". Nuestra palabras y conceptos, no importa cuan sagrados o científicos, pueden solamente apuntar hacia un extraordinario y maravilloso Misterio más allá de todo lenguaje. Esa es su función: ellos son punteros y algunos puntos mejores que otros. A veces el lenguaje puede incluso mediar el Misterio, lo sagrado.
Pero ninguna de nuestras tradiciones o creencias pueden ser la última palabra, la palabra final. Hay criaturas, creaciones. Pensar de ellas como absoluto es darles un estatus que pertenece solamente a Dios.
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