Una tarde de domingo, manejando por la costa del estado de Connecticut, Tido Holtkamp, vio un fantasma. Lo vio con la incredulidad que genera toda aparición: anclado como si siempre hubiese pertenecido a la bahía, estaba el majestuoso barco de tres largos mástiles, cubiertos con unas velas claramente familiares: las utilizadas por naves alemanas durante la Segunda Guerra Mundial.
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