Es aterrador para mí como hombre pensar en esa escena que reflejan los medios todos los días: una mujer cocida a puñaladas por su pareja, casi siempre en medio de un ataque de celos.
El promedio mensual en España, de mujeres muertas en manos de sus parejas, en lo que va de año, es de siete mensual, o sea, 54 mujeres que han pérdido la última batalla por vivir dignamente, sin miedo y sin amos.
Casi siempre la agresión viene de parte del hombre hacia la mujer y, en raros casos, cuando la mujer, cansada de maltratos saca sus últimas fuerzas y acaba con la vida de su victimario, sin importar si hay hijos por medio o si están presentes, porque los celos enceguecen y empujan a cometer torpezas tales como acabar con la vida de otro ser humano a quien se quiere.
Los asesinatos vienen a ser el último escalón en una escalada de agresiones que comienzan con los insultos verbales, las faltas de respeto en la pareja, los empujones, la tiradera de objetos como platos, vasos o lo que sea.
Los asesinatos entre géneros, como dicen aquí, no se producen "por generación espontánea". Es el último eslabón de una cadena macabra. Es difícil para una víctima salir de esta espiral, sólo con ayuda profesional puede darse cuenta de que tiene un valor intrínseco como mujer, como imagen de Dios y que nadie, NADIE, tiene derecho de estropearle la vida a otra, ni porque sea su novio, o su esposo, o su amante o lo que sea.
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