El presidente Hugo Chávez nos tiene acostumbrado a sus largos discursos y peroratas en franca competencia con su maestro Fidel Castro, quien se ufana de hablar hasta siete horas continuas o más. ¿Cuál es la idea de hablar hasta por los codos? El que mucho habla dice poco, reza el viejo refrán.
Lo más cómico y triste es cuando sus lacayos le celebran sus gracias como si fuera una gran cosota. Cualquier chiste malo o canción desafinada del jefe de Estado es aplaudida como si se tratara de una estrella del espectáculo.
Pero nadie es capaz de decirle, ni de vaina, que está súper cansón, que aburre con más de lo mismo, que cada vez que habla provoca bostezos colectivos entre sus seguidores y los periodistas obligados a escuchar sus sandeces; que su verborrea es como un ladrillo de pesado que ni siquiera los presos de El Dorado o la Cárcel de Sabaneta lo asimilan.
Pobres soldados cuando el hombre habla en cualquier fecha celebración de fecha patria. Sus rostros macilentos evidencian el cansancio y la fatiga. Reciben más sol que una teja por horas y horas y de paso se tienen que calar estoicamente el verbo encendido del comandante.
Que valdría la pena, en todo caso, si expresara un mensaje lleno de esperanza, de unión, de concordia o reconciliación. Pero es todo lo contrario, lo que sale de sus labios es un discurso cargado de odio, de vejaciones, humillaciones y de profundo resentimiento social. Los venezolanos no tenemos la culpa que tuviera una infancia tan traumática. ¡Qué clase de vaina!
¿Pero sabrá el barinés que los niños cuando se portan mal sus padres los amenazan con ponerles el discurso de Chávez con repetición continua?
¡Noooooooooooo, mami, por favor, noooooooooo, pídeme lo que quieras, mami yo te hago caso, te limpio el patio, te lavo los platos, te hago el mandado, le saco las pulgas al perro, te compro la lotería, te seco el cabello….pero ¡Por favooooor! no me castigues de esa manera! Mamita, por fa ¿si?. Buaaaaaaa, uffff ufff, buuuuuaaaa.
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