El régimen de Pekín impide las visitas a Liu Xiaobo, el Nobel encarcelado, y mantiene a su mujer aislada en la casa familiar desde octubre pasado. En plenas revueltas en el mundo islámico, lo último que desean los dirigentes de China es que se hable de sus disidentes y activistas pro derechos humanos, detenidos a decenas en las últimas semanas.
Cuando el comité del Nobel de la Paz concedió el galardón de 2010 al disidente chino encarcelado Liu Xiaobo, su esposa, Liu Xia, se quedó totalmente sorprendida. Pensaba que las presiones diplomáticas que había ejercido el Gobierno de Pekín para evitar que su marido recibiese el premio eran tan fuertes que darían fruto. No fue así.
El comité noruego resistió y Liu Xia saboreó aquel 8 de octubre uno de los momentos más dulces de su vida tras años de miedo, amenazas y separación forzada de su esposo. Ese mismo fin de semana, la policía le acompañó a visitarle en la cárcel de Jinzhou (provincia nororiental de Liaoning), donde su marido cumple una pena de 11 años por incitar a la subversión contra el poder del Estado.