Marisela Alvarez pasa buena parte del día inclinada sobre un quemador eléctrico individual en su pequeña cocina al aire libre. Las rodillas la están matando. Su cabello rojo huele a aceite de cocina.
"Me siento útil; soy independiente'', afirmó Alvarez, quien abrió un pequeño café en su casa en noviembre, en este destartalado poblado a 40 kilómetros de La Habana. ‘‘Cuando te sientas al final del día y ves cuánto has hecho, te sientes satisfecha''.
"Me siento útil; soy independiente'', afirmó Alvarez, quien abrió un pequeño café en su casa en noviembre, en este destartalado poblado a 40 kilómetros de La Habana. ‘‘Cuando te sientas al final del día y ves cuánto has hecho, te sientes satisfecha''.
Con impaciencia, con recelo, los cubanos están aceptando la oferta del gobierno de trabajar para sí mismos, vendiendo café en sus patios, alquilando casas, haciendo muebles de ratán y promoviendo en la calle de todo, desde devedés piratas hasta Silly Bandz y vino hecho en casa.