Iglesias y cruces destruidas, biblias quemadas, propiedades confiscadas, creyentes obligados a renunciar a su fe, religiosos encarcelados o desaparecidos. El régimen de China está intensificando su política de mano dura contra las congregaciones cristianas en Beijing y varias provincias del país. Una persecución que no se detuvo aun frente a la crisis del coronavirus. Al contrario, el gobierno aprovechó las medidas de aislamiento para acelerar el hostigamiento a las comunidades religiosas.