El navegador GPS muestra un triángulo rojo cuando el coche se aproxima a la Villa 21 de Buenos Aires y nos advierte de que estamos entrando en una zona de peligro. Las villas miseria son la cuna y la tumba de los adictos al paco, la pasta base, tal vez la droga más destructiva. Mencionar la Villa 21 o la Ciudad Oculta o la 1-11-14, también conocida como el Bajo Flores, es evocar los callejones de menos de un metro de ancho y sin salida, las tomas ilegales de corriente eléctrica, los sepelios de pequeños narcotraficantes cortejados por sus compinches disparando al aire. Hay decenas de ellas repartidas por Argentina, repletas de gente acostumbrada a que ningún Gobierno atienda sus necesidades. Son sinónimo de abandono, droga y violencia. Y sin embargo, la mayoría de sus habitantes son humildes trabajadores, a menudo inmigrantes procedentes del campo o de Perú, Paraguay, Bolivia… Sirvientas, albañiles, carpinteros y camareros obligados a veces a ocultar su lugar de residencia.
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