Un ruido fuerte como un trueno despertó a Gregorio Abiega cerca de las 3 de la mañana de uno de los primeros días de marzo. Parte del suelo de Lutto Kututo, el pueblo donde vive este hombre de 67 años, se había hundido y había quedado atravesado por innumerables grietas. El terreno, equivalente a unas 20 canchas de fútbol, quedó fragmentado en cientos de bloques, desnivelados entre dos a 38 metros de profundidad con respecto al suelo.