Cuando muere un Papa, tanto el camarlengo, como 120 cardenales menores de ochenta años de edad, con derecho al voto, participan del proceso electoral, vigilados mediante sorteo por tres asistentes de los cardenales, renovados cada tres días.
En Cuba todo es mucho más sencillo. Dos niños de pie custodian y vigilan las urnas, o por lo menos, hacen como si las vigilaran. Se dice que el pueblo postula y elige a sus representantes, pero en realidad no es así. El pueblo se compone de millones de seres humanos, muchos de ellos indiferentes, disidentes, ex balseros, ganadores de la lotería de visas de EUA, retrasados mentales, opositores, etc., y aquellos que postulan y eligen en sus respectivos barrios son los incondicionales del gobierno, los favorecidos y comprometidos hasta los cartílagos, esos que cada día son menos y que en muchos casos padecen de esa enfermedad propia de las dictaduras: el miedo.
Como las elecciones son financiadas, organizadas y controladas por el Estado, es el jefe de Estado quien obtiene siempre los votos requeridos por aquellos que representan a los incondicionales, favorecidos y comprometidos hasta la médula y que siempre son los mismos: viejos generales, viejos ministros, viejos combatientes, en su gran mayoría cercanos a los ochenta años, que componen la nomenclatura.
El actual sistema electoral cubano es ideal para las dictaduras. No es que casualmente le venga como anillo al dedo, sino que ha sido concebido tal y como las tiranías requieren. En 1954 el dictador Batista quiso poner en práctica algo parecido. El único candidato opositor que se prestó al juego se retiró a última hora y Batista ganó las elecciones.
En Cuba, valga la aclaración, los procesos electorales se realizan tan fácilmente como el cepillado de los dientes. Nada de partidos opositores o disidentes propuestos en las asambleas de barrio donde se eligen a los representantes. Eso complicaría la cosa, sobre todo a la hora de controlar dichas asambleas por los miembros de la policía política.
No he querido decir, aclaro, que la elección del Papa se parezca a la elección de un dictador. Ni remotamente he pensado eso. Los cardenales votan por escrito y en secreto, reunidos en el Vaticano; en Cuba los más favorecidos por el gobierno cubano se reúnen en el Palacio de las Convenciones y a mano limpia, bien levantada, sin secretos, votan por la continuidad del jefe de Estado.
Tania Díaz Castro/Cubanet.org