Pompeyo Márquez
El Tiempo/Colombia
Marx encontró una bella metáfora para referirse a ese proceso sociopolítico, cultural y económico que va tejiendo nuevos escenarios históricos, casi siempre a redropelo de la voluntad de los hombres y a veces, incluso, contra su expresa voluntad. Lo llamó "el viejo topo". Y al trabajo que realiza en el subsuelo de la conciencia colectiva hasta derrumbar todas las falsas certidumbres para permitir el nacimiento de una nueva sociedad lo llamó "su trabajo de zapa". Súbitamente y de la manera más insólita, pues nadie se lo había siquiera imaginado, el viejo topo hace su trabajo de zapa bajo el resquebrajado cuero seco de esta Venezuela petrolera.
La razón clama a los cielos: Chávez está enfermo. Y no de cualquier minucia propia de personajes estresados -empresarios, artistas, periodistas, productores de televisión, políticos derrotados y jugadores de bolsa- tales como una gastritis, colon irritable, mareos súbitos, torsiones musculares, obesidad y desmayos causados por la acumulación de acosos existenciales. De ninguna manera. Chávez padece de cáncer. Por ahora -se deduce de las informaciones que, traspasando el espeso muro del secretismo propio de regímenes totalitarios, han llegado a los medios nacionales e internacionales- no padece de un cáncer terminal y devastador, como los que suelen llevarse a los simples mortales en pocos días con la silbante ráfaga de un guadañazo. Pero cáncer es cáncer.