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miércoles, 29 de agosto de 2007

¡Pobres diputados venezolanos!

Qué triste papel el de los diputados de la Asamblea Nacional de Venezuela. Se supone que el recinto parlamentario debe ser para debatir con altura los grandes problemas del país y plantear, al mismo tiempo, favorables salidas con legislaciones modernas y sin traumas.

Pero en el país ocurre todo lo contrario. Los parlamentarios aprueban lo que su jefe de Miraflores les ordena que hagan. No hay debate, sólo manos alzadas en señal de absoluta obediencia.

Son genuflexos, borregos y oportunistas que ven cómo el país se cae a
pedazos y son incapaces de alzar la voz para impedir la ruina y la
destrucción total.

El problema es que quien se atreva a disentir cae en desgracia con el
teniente coronel. Está prohibido cuestionarlo. A él y a su gobierno.
El diputado Ismael García, del partido Podemos, rechazó inscribirse en
el partido único de Chávez y lo defenestraron. Hoy es un férreo y
guabinoso crítico del gobierno, dentro y fuera de la Asamblea.

Otros diputados saltaron la talanquera porque no aguantaron el
caradurismo presidencial y la hipocresía revolucionaria. Prefirieron
estar al otro lado de la calle, con dignidad y valentía.

Los rojos rojitos saben que están poniendo la torta con el llamado
parlamentarismo de calle, donde impera la agenda previa sin derecho a
la participación ciudadana. Chito.

Saben que se ganan el dinero fácil acudiendo sólo para hacer quórum o
para intervenir con largas e imbéciles peroratas y así dejar
constancia en el libro de debates que algún día habló. No importa que
haya sido pura paja.

Los rojos rojitos no se resignan a perder sus privilegios. El poder
es muy sabroso, sazona y da gusto como el cubito Maggi. Valga la cuña.

Pero más dócil y doblegada, como la presidenta Cilia Flores, no hay
ninguna otra. Qué servilismo, qué adulancia. Diosssssss, el propio
clon de Hugo pero con faldas.

El detalle es que ella está obligada a obedecer a Chávez con los ojos
cerrados porque de lo contrario le rasparían a su maridito, el
canciller Nicolás Maduro. Sabe muy bien que el barinés se lo enviaría
de vuelta no sólo a Venezuela sino al sindicato bolivariano del Metro
de Caracas.

Y como ella muchos más. Pobres diputados. Pobrecillos. Y pensar que
Chávez dijo que ellos eran ilegítimos porque no habían obtenido ni
siquiera el 30 por ciento de los votos. No me defiendas tanto
compadre.

Pero bueno, ahí están, prestándose para el teatro presidencial,
cosiendo cual sastres el traje de la nueva constitución del emperador
tropical.

Y pasarán a la posteridad como los alcahuetes más grandes de la
historia venezolana. Que consintieron los desmanes del teniente
coronel en sus caprichosas apetencias de poder y desvaríos ideológicos
de acabar con los sueños y esperanzas de millones de venezolanos.
Serán ellos los responsables de llamarnos venecubanos.