La revolución derrumbó el mundo perfecto de José Domingo Díaz. En su memoria quedaron grabados los momentos cuando los libros prohibidos de los filósofos franceses de la Ilustración se propagaron y terminaron inflamando los espíritus de muchos de sus amigos y condiscípulos: "El mundo entero estaba anegado con estos pestilentes escritos, y ellos también penetraron en Caracas, y en la casa de una sus principales familias. Allí fue en donde se oyeron por primera vez los funestos derechos del hombre, y de donde cundieron sordamente por todos los jóvenes de las numerosas ramas de esa familia (...) Allí fue y en aquella época cuando se comenzó a preparar, sin prever los resultados, el campo en que algún día había de desarrollar tan funestamente la semilla que sembraban".
Sobra decirlo: Díaz, médico y cronista de prosa punzante, nunca fue partidario de la Independencia de Venezuela, que se declaró el 5 de Julio de 1811 y cuyo bicentenario se conmemorará el martes. "Este día funesto fue uno de los más crueles de mi vida", escribió en una memoria publicada en Madrid en 1829 con el título Recuerdos de la rebelión de Caracas. "Aquellos jóvenes, en el delirio de su triunfo, corrieron por las calles, reunieron las tropas en la plaza de la Catedral, despedazaron y arrastraron las banderas y escarapelas españolas". Fiel al orden monárquico, consideraba la ruptura política como una traición a un reino necesitado como nunca de la lealtad de sus súbditos ante la amenaza napoleónica. Nacido en Caracas, fue uno de los personajes de una ciudad que a comienzos del siglo XIX ofrecía una imagen muy distinta de la que se revela ante sus habitantes después de 200 años de historia. Ni plumas como las de Díaz, ni las armas, pudieron contener un proceso político que cambió las cosas hasta el presente.