La minoría que, a este lado de la frontera, barrunta que Chávez en efecto quiere en verdad una guerra con Colombia va dejando de serlo cada día que pasa. Para quien no la conozca, Caracas es una de las ciudades más cínicas que cabe imaginar, y con ello me refiero a la proverbial, despreocupada sorna de sus élites. Se me dirá que todas las élites (¡me está vedado hablar de la colombiana!) son desaprensivas, arrogantes y carentes de imaginación, y que mi Caracas no tiene por qué ser distinta.
Pero Caracas, señores, no tanto como asiento de los poderes públicos venezolanos, sino como capital de los poderes fácticos de un rico y corrupto petroestado —en la que hierven negocios que, transpolíticamente, suelen hacer socios a chavistas “patria o muerte ” y opositores “ de uña en el rabo”—, está tan lejos de la frontera viva entre nuestros dos países como puede estarlo, por decir algo, Bogotá. No sabe ver a Chávez.
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