EL UNIVERSAL
Stalin, Hitler, Mao o Fidel Castro, son voces asociadas a estremecedores sufrimientos humanos, al crimen desenfrenado en el poder, mientras muchas naciones florecían a la libertad y la prosperidad.
Hoy para cualquier ciudadano medio de una sociedad democrática -francés canadiense, australiano-, suenan como ecos de delirios, equivocaciones en la genética de la historia, gallinas con dos cabezas o perros de seis patas.
Sólo que esas supuestas anomalías ya distantes, remotas, anacrónicas para quienes piensan que la historia posee alguna dirección y que va o debe ir a alguna parte, por el contrario, siempre acechan. Basta que un pistolero inescrupuloso y con talento presione a fondo las instituciones democráticas para que se dobleguen, como Ricardo III sedujo en plenas exequias a la mujer a la que había asesinado marido y padre.