Pese a estar rodeado por una doble cerca de alambre de más de dos metros, cámaras de seguridad por doquier y una garita con un vigilante monitoreando la entrada y salida de las personas, no es una cárcel. Pese a su aspecto de prisión, hablamos de un centro de refugiados ubicado a unos cuatro kilómetros del centro de Leipzig, una ciudad en el este de Alemania. Allí hay cientos de venezolanos.