El presidente de la república, en el cierre de la campaña por el Sí en Caracas, de una manera poco usual por su prepotencia, imploró a los electores que voten por él para seguir en el poder indefinidamente.
Durante el discurso habló de todo, como suele hacerlo, pero haciendo uso de sus dotes histriónicos y parodiando a Jesús de Nazareth en El Gólgota, hizo énfasis en que su futuro político dependía de los electores. Que estaba en sus manos. Que hicieran con él lo que quisieran. Que él no se pertenecía a sí mismo. Habló de Jesús, del Sermón del Monte, de los judíos y de otras cosas más.
No obstante que el teniente coronel estaba hablando con la vehemencia que lo caracteriza, parecía que sus seguidores no estaban sintonizados con el discurso. Se notaba que las palabras, las mismas tantas veces dichas a la misma gente, resbalaban en los corazones y caían en el piso, sin alterarlos. Son diez años de mentiras y de engaños y son las mismas falsas promesas.
Mi percepción muy particular del discurso del teniente coronel ayer, es que está desesperado, de que los números que tiene en las manos no le dan para ganar la consulta y que, lo que pudo haber sido una demostración de fuerza, no fue sino una demostración de una franca debilidad como nunca se lo había visto desde el intento de golpe hace algunos años.