Bonnie Ras sabía dónde se metía el viernes 10 de mayo. Poco antes de las siete de la mañana un estruendo emanaba de la plaza frente al Muro de las Lamentaciones de Jerusalén. Era una mezcla de pitidos, gritos e insultos. “Nazis, volved a Alemania”, le gritaron en hebreo, mientras se abría paso, nerviosa, entre una marabunta de hombres vestidos al estilo ultraortodoxo, con gorro y traje negro sobre camisa blanca. “Zorra”, clamaban desde el fondo. Esquivó una botella. A su izquierda, un cordón de policías forcejeaba con un pequeño grupo de ultrarreligiosos. Uno de ellos gritaba con ira, la mandíbula desencajada y la mirada perdida. Otros lanzaban vasos, piedras, sillas.