La Habana se ha quedado sin malecón, sin bulla, sin dominó en las calles. La epidemia de coronavirus ha vaciado el paseo marítimo de la capital, adonde la gente acudía a diario a pescar, a charlar o simplemente a perder el tiempo mirando al mar y exorcizar de ese modo los problemas cotidianos. Por los ocho kilómetros de este gran diván urbano ya no pasan viejos descapotables norteamericanos llevando turistas, ni se ven borrachos y bohemios tomando ron, ni enamorados apretando al caer la tarde.