El chiste es malo, pero debo confesar que lo he repetido un par de veces. Un periodista me pregunta —me lo preguntan a menudo— qué le diría a un joven que quiere ser periodista y yo le contesto que mire la lista: “Que mire la lista de las noticias más leídas de cualquier diario”. Quizá valga la pena hacerlo; hoy, por ejemplo. Durante toda su historia, el periodismo escrito estuvo libre de la lógica del rating —que roía las entrañas de la tele y la radio—. Un editor o director o jefe de redacción publicaban un diario y el diario se vendía más o menos y ellos suponían: quizás era por esa nota sobre el nuevo de Boca o la investigación de esa mentira del ministro o esa foto en la tapa o la serie sobre actrices rubias o el suplemento de cocina y baño. No sabían —no tenían forma de saber—; creían. En cambio ahora, desde hace muy poco, saben con una precisión disparatada.