En la era de la inmovilidad, el estigma más obvio lo carga el que se mueve. El migrante es la encarnación del movimiento, de todo eso que nos dicen que ahora no se puede hacer. Su protección debería ser más urgente que nunca en plena crisis sanitaria, pero ya hay indicios de que perderán más derechos. Las personas no deben moverse, pero los Estados sí las pueden mover. Donald Trump siguió deportando a centroamericanos a sus países de origen en medio de la pandemia de la COVID-19: en Estados Unidos tienen miedo a que traigan el coronavirus; en Guatemala, Honduras o El Salvador, una vez sus ciudadanos vuelven, también. Es el estigma duplicado: ser extranjero fuera y en casa. No es un caso aislado. Arabia Saudí, por ejemplo, aún deporta a etíopes.