Imagine que un pequeño grupo de personas coordinó la fabricación y liberación intencional de un veneno letal, e imagine que sabían que este veneno tenía propiedades especiales que significaban que, una vez liberado al mundo, sería inevitable que se abriera camino en la sangre prácticamente todas las personas del planeta, incluso los bebés en el útero de su madre, y permanecen allí, como una bomba de tiempo. Este veneno artificial, llamado PFOA (Ácido perfluorooctanoico, también conocido como C8 y perfluorooctanoato) nos trajo la magia del teflón, la conveniencia del antiadherente y una variedad de productos resistentes a las manchas y al agua que revolucionaron nuestros hogares y nuestras vidas para siempre. Internamente, los principales científicos de la empresa habían estado estudiando su toxicidad durante décadas. Y hubo campanas de alarma tras campanas de alarma: cáncer en animales de laboratorio; cáncer en trabajadores expuestos; deformidades de nacimiento en la descendencia de animales de laboratorio expuestos, incluso, de manera inconcebible, en bebés de trabajadores expuestos. Las propiedades únicas del PFOA, y su primo químico cercano, el PFOS (utilizado en una variedad igualmente vertiginosa de productos, desde Scotchgard hasta ciertas espumas para combatir incendios) los hacen increíblemente persistentes: duran un tiempo inusualmente largo en nuestro torrente sanguíneo, donde se acumulan. Y duran prácticamente para siempre en nuestro medio ambiente.
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