Cerca de la medianoche del 23 de febrero, Eulalio Bravo, un electricista marino, dormitaba en su camarote a bordo del San Ramón, un petrolero anclado frente a las costas de Venezuela. De repente, escuchó pasos acercándose por el pasillo exterior. Su capitán, Jaime Herrera, pidió ayuda a gritos.
--“¡Quédate quieto!”, ordenó una voz desconocida.
Un arma fue disparada.
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