El fin del mundo siempre es personal, en ocasiones social y solo una vez literal. Sin embargo, la vivencia irrebatible de que todo nace para decaer se suele trasladar al orden cósmico y la idea del Apocalipsis es omnipresente en las sociedades humanas. El universo suele encontrarse entre una creación donde todo era bueno y un final, muchas veces próximo, que llegará porque con nuestra torpeza y maldad corrompimos los dones que nos fueron entregados. Don Quijote rememora ante un grupo de cabreros la visión de la Grecia clásica cuando habla de unos siglos dichosos “a quien los antiguos pusieron nombre de dorados”, una utopía comunista en la que “los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío”. Ahora, tras varias degradaciones, nos encontramos en la edad de hierro y la situación va a empeorar. Algo similar cuentan los hindúes, para los que vivimos en el periodo Kaliyuga, una era de trifulcas e hipocresía que también es la última antes de que algún tipo de cataclismo purifique el planeta.
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