Con 11 años y un cáncer despiadado, Erick Altuve pidió a sus padres que lo enterraran en un cementerio cercano a su casa en el barrio capitalino de Petare, para que visitaran su tumba con frecuencia. Fue su última petición antes de morir, el pasado domingo. En vida, no pudo materializar sus sueños. Llevaba años rogando por un trasplante de médula ósea para combatir un linfoma de Hodgkin, diagnosticado cuando apenas era un bebé, que nunca llegó. Hacía cinco meses que estaba postrado en una cama del Hospital J. M. de los Ríos, el principal centro de salud infantil de Caracas y del país, y ninguno de los doctores pudo aplacar su agonía porque no había sedantes disponibles.
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