En las elecciones presidenciales de Brasil, marcadas por la incertidumbre, hay pocas dudas sobre una cosa: los votantes evangélicos tendrán un gran impacto. Podrían inclinar la balanza gracias a que cada vez son más, a su presencia en zonas remotas y vecindarios pobres y a su músculo organizativo, especialmente desde que se prohibió que las empresas hagan contribuciones directas a los candidatos luego de un gran escándalo de corrupción que sacudió el país.
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