En 1990 Óscar López Rivera tomó un pincel y pintó un girasol. Los colores de su obra destacaban en la celda monocromática de 2x3 metros en la que pasó 12 años, en aislamiento casi total, en la prisión Supermax ADX, de Colorado, Estados Unidos. López no era pintor. Era un conspirador, según sentenció el tribunal que lo condenó en 1981 tras acusarlo de ser parte de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional de Puerto Rico (FALN), una organización clandestina que luchaba por la independencia de la isla de Estados Unidos.
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