Corría el mes de septiembre de 1991 cuando una mañana, el director de «El Semanal», Juan Fernando Dorrego, me llamó a su despacho. -Gabriel García Márquez está en España. Vamos a entrevistarleo. Y quiero que le entrevistes tú. --Perfecto. ¿Dónde hemos quedado? -En ningún sitio. Le miré con desconcierto. -Entonces, ¿cómo lo voy a entrevistar? -Está en Sevilla. Vete allí y habla con él.
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