Por Francisco Olivares
El Universal
El Banco Mundial estima que cada año los gobernantes corruptos se llevan de las arcas públicas entre 20 y 30 mil millones de dólares, especialmente de África, Medio Oriente y Latinoamérica.
Tienen en común el querer permanecer eternamente en el poder, se comparan con Jesucristo o Mahoma, la carrera hacia la cima la hicieron desde las filas militares, dicen que encabezar sus revoluciones ha sido un sacrificio asumido como un "mandato del pueblo" y aunque no aparecen en los ranking de la revista Forbes, poseen fortunas que compiten con las de las grandes figuras del mundo empresarial.
Gadafi, Mubarak, Al-Bashir, Ben Ali o Duvalier, cada uno de ellos ha edificado fortunas que van desde los 10 a los 100 mil millones de dólares, las cuales han repartido en los bancos de la potencias occidentales o en inversiones en las empresas más renombradas. Pero las recientes rebeliones desatadas en el mundo árabe y otros movimientos nacionalistas que exigen libertades democráticas, han obligado al mundo occidental a tomar medidas, ya no sólo por las violaciones a los derechos humanos contra sus pueblos, sino respecto a las grandes fortunas que han sido el soporte de dictaduras que sobrepasan los 40 años en el poder.
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