Los últimos acontecimientos confirman que el déspota venezolano ha perdido definitivamente los papeles. Sus apoyos más firmes -dentro incluso del propio Ejército- empiezan a lanzarle mensajes inequívocos de que no aprueban el rumbo por el que, como un caballo desbocado, está arrastrando al país.
El portavoz ha sido el general Baduel, a quien Chávez le debe el haber sobrevivido a la crisis de abril de 2002, cuando se alzó al frente de los paracaidistas de Maracay e hizo caer como un castillo de naipes a la confusa autoridad cívico-militar que había asumido el poder en su lugar.
Ahora ha sido también Baduel el primer uniformado en atreverse a levantarle la voz al mandatario venezolano, del que lo menos que se puede decir es que hace tiempo que no es capaz de distinguir los límites que debe respetar cualquier dirigente elegido democráticamente.
Existe en Venezuela un mecanismo que, sin proceder de la época de Chávez, se ha convertido en objeto permanente de sus abusos: se llama Ley Habilitante y permite al presidente legislar en nombre del Parlamento en una serie de materias autorizadas previamente, y en determinadas circunstancias, por el propio legislativo.
Lo que ahora pretende Chávez es una reforma constitucional que perpetúe la aplicación de la Ley Habilitante y, de paso, su propio mandato ejecutivo. Él lo llama «socialismo del siglo XXI», pero el plan no es otro que convertirse en dictador vitalicio.Chávez no ha engañado nunca a nadie: siempre dijo que tenía intención de celebrar como presidente el bicentenario de la batalla de Carabobo en 2021.
Quienes creían que hablaba en broma no quisieron ver hacia dónde se encaminaba este militar golpista, pero ahora tienen la evidencia de cómo, una vez destruidos todos los mecanismos de la oposición, Chávez intenta crear un partido único e instaurarse a sí mismo de por vida al frente del país.
A lo largo de la historia, esta secuencia ya se ha reproducido en términos parecidos y con idéntico resultado: la dictadura. Primero se eliminan los adversarios, luego los dudosos y después los que no mantengan una fidelidad ciega.
Los que no tengan el coraje de oponerse a este intento de convertir a Venezuela en una mala imitación de la Cuba castrista saben ya que tendrán que resignarse a vivir encandenados a los caprichos de un hombre de dudosa salud mental, obsesionado por realizar su sueño de ser un segundo Bolívar.
Como gestor, Chávez ha batido el record de despilfarro de toda la historia venezolana, y está llevando a un país extraordinariamente rico a la ruina absoluta.
Al precio actual del petróleo y sin rendir cuentas a nadie, la riqueza que Chávez ha derrochado a espuertas es de proporciones faraónicas. Tal vez un día los venezolanos puedan saber exactamente la cantidad de lo que han perdido durante la era Chávez, pero lo más importante que están perdiendo es la libertad, y la libertad no tiene precio.
El socialismo totalitario de Hugo Chávez, Editorial ABC, Madrid
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