He de confesar que, deliberadamente, no tengo televisor en mi modesto estudio. Sin embargo, mentiría si dijera que he logrado sustraerme a la omnipresencia del Gran Timonel en vallas, afiches, avisos de prensa, y, desde luego, la televisión venezolana en la que el gobierno tiene ya ventaja absoluta en términos de número de canales.
Es así como, a ratos, me he dado cuenta de que las citas “clásicas” del protosocialista del siglo XXI por excelencia suenan a catálogo de la vetusta y desaparecida editorial en Lenguas Extranjeras de Moscú. Cuando Moscú metía miedo, claro.
El hombre se permite digresiones acerca del debate entre los socialistas utópicos —según él, Bolívar era uno de ellos— y los llamados “científicos”. Yo no sé si esta última distinción –utopistas versus científicos— pervive en su cabeza como resabio de lo que, según cuentan Barrera Tyszka y Cristina Marcano, en su biografía del joven Chávez, escuchó de labios del profesor Ruiz, allá en Barinas —la Atenas del llano occidental—, o si es cosa de Martha Harnecker y/o su consorte canadiense, cooperante este último del Centro Miranda. Lo cierto es que una de las pretensiones de los marxismos siempre ha sido la de ofrecerse como cosa científica. Eso es lo que me ha puesto en la pista.
Lo que quiero poner de bulto es que ahora se advierte cierto “método en su locura” —el giro es de Skakespeare, señor juez censor: surge en una escena de Hamlet, no hay animus injuriandi, ¡se lo juro!— y que ya no incurre en despropósitos tales como atribuirle cariz revolucionario a La Rebelión de las Masas de Ortega y Gasset sólo porque el título evoca el de una película de Eisenstein. Ni dice, como se le atribuye, que hubo un tiempo en que avivaba su fervor por Bolívar leyendo a Germán Carrera Damas.
Lo que sigue de esta bagatela de los lunes está amistosamente dirigido a quienquiera esté a cargo del plan de lecturas dirigidas del comandante. Parto de lo que hace dos domingos, al pasar frente a un televisor ajeno, le escuché decir al Presidente.
Hablaba con el énfasis de iluminado que Chávez sabe ponerle a ciertos temas cuando acaba de enterarse de ellos, a pesar de que los demás mortales los demos por sabidos desde hace tiempo. Discurría Chávez esa tarde sobre el deber revolucionario de combatir los valores ideológicos del capitalismo, ubicuos y omnipresentes hasta en las cajas de cereales, cuando hizo alusión a la carga de american way of life implícita en el imaginario —llamémosle así— de los dibujos animados de Walt Disney.
No es difícil adivinar que el cooperante a cargo del plan de lecturas ha comenzado a familiarizar al comandante con títulos que datan de hace unos cuarenta años. Dorfman y Mattelart, me atrevería a asegurar. ¡El Presidente ya está leyendo a Dorfman y Mattelart! ¿No es una dicha? ¿No es un prodigioso salto de calidad respecto del Oráculo del Guerrero? ¡Vivan los cooperantes internacionales de la revolución bolivariana!
2.- Para leer al pato Donald es una de las piezas más pueriles del arsenal “contracultural” de los años setenta. Releerla hoy día enternece, sobre todo si piensa en la suerte corrida por Salvador Allende. Ariel Dorfman, todo hay que decirlo, es un dramaturgo de rara virtud: su pieza La Muerte y la Doncella alcanzó notable éxito en Broadway y fue llevada al único cine que realmente inmortaliza: el gringo.
El librito tiene sin duda una virtud inherente a todo lo que esté imbuido de marxismo: hacer lucir fácil y al alcance de todos el ejercicio de la crítica cultural. Recuerdo como, en mi primera juventud, cualquier moscardón del cafetín de Humanidades pensaba que leer el libro en que Dorfman y Mattelart “demuestran” que el pato Donald es un agente bajo contrato de la CIA a cargo del programa de sojuzgamiento cultural subliminal, lo convertía en un Teodoro W. Adorno.
Pues bien, Chávez, siempre cazurro y llanerazo, no cita la fuente, pero hasta un viceministro de la cultura bolivariano pudo haberlo adivinado con íntima satisfacción. ¿Hay pecado, improbidad intelectual o algo reprensible en esto? En modo alguno. En realidad, a mí me resulta bastante alentador. Señal de que nos movemos, que avanzamos y hacemos que el estudio nos acorace, para usar la expresión de Gramsci.
Con lo que llegamos a Antonio Gramsci. Característicamente, lo que más ha gustado a Chávez de la lectura del pensador italiano sugerida por el cooperante es eso de “hegemonía.” Lo del bloque histórico está bien, pero lo de hegemonía le gusta más: cuadra mejor con su carácter.
Mi sugerencia es que vayan más rápido, camarada cooperante. El Presidente es hombre que asimila rápido lo que lee. Por eso creo que la candencia de lecturas puede mejorar, a ver si antes de 2012 ya lo tenemos leyendo por lo menos a Milovan Djilas y Roger Garaudy y pueda exponerse, sin temor a desviación ideológica ni desencanto, a lecturas contrarrevolucionarias como Oscuridad a Mediodía, de Arthur Koestler.
Mi sincera esperanza es que para 2021 el comandante ya domine lo esencial, de modo que cuando le dé por leer al enemigo, a Ludwig von Mises o Milton Friedman, por citar dos cimas, no le resulte difícil entender por qué el socialismo del siglo XXI también ha de resultar un tropical y estruendoso fracaso.
Texto tomado íntegramente de TalCual Digital, Caracas
No hay comentarios.:
Publicar un comentario