jueves, 10 de enero de 2008

Es un mito la grandeza de la salud cubana

Antes que Katherine Hirschfeld fuera a Cuba a cursar sus estudios de posgrado, leyó docenas de investigaciones académicas sobre el sistema de salud. Toda la información era alabanzas del sistema gratis de cuidados médicos, y eso fue exactamente lo que ella esperó encontrarse.

Hirschfeld se fue a Santiago de Cuba para una estadía prolongada y pudo evaluar el sistema con sus propios ojos en los tres días que estuvo ingresada cuando se contagió con el dengue.

El resultado de la experiencia es un libro muy crítico --Health, Politics and Revolution in Cuba since 1898 [Salud, política y revolución en Cuba desde 1898]-- que debatirá hoy por la noche en la Universidad de Miami.

La mayor parte del tiempo que Hirschfeld pasó en Cuba fue en Santiago, entre 1996 y 1998, cuando era estudiante de posgrado de la Universidad Emory y Cuba sufría una epidemia de dengue que el gobierno trató de ocultar.

Cuando experimentó los síntomas --dolor en las articulaciones, fiebre, náuseas y dolor de garganta-- la llevaron a un hospital de Santiago y la ingresaron en una sala custodiada por un guardia armado. Ella pidió hacer una llamada telefónica para informar a otros dónde estaba. El guardia le dijo que ningún teléfono estaba funcionando.

' `Dios mío', pensé. 'Este lugar no existe' '', al menos oficialmente, porque la epidemia era un secreto de Estado.

Cuenta que durante su estancia allí no la vio ningún médico. Le dieron una píldora, vitaminas. Afortunadamente, su caso no era grave. Porque había pocas enfermeras, ella y otros pacientes pudieron ayudar de alguna manera a los más enfermos, especialmente lo que sufrían de hemorragias y vómitos.

Hirschfeld, que ahora es profesora adjunta de Antropología en la Universidad de Oklahoma, dice que vivir con una familia en Santiago mientras investigaba marcó una gran diferencia en su punto de vista.

'Buena parte de los trabajos académicos sobre Cuba no se basan en investigaciones en el terreno', dijo Hirschfeld. Los académicos estadounidenses con frecuencia confían en los estudios del gobierno cubano o se quedan poco tiempo en la isla, quizás dos semanas, viviendo en instalaciones oficiales.

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